Reinó largamente, 42 años, el Imperio Bizantino, o el Imperio Romano de Oriente, como también se lo denominó, una de las facciones en las que quedó dividido el glorioso Imperio, en el siglo IV, y fue su gobernante emblemático y el que mayor influencia ejerció póstumamente.
Un proyecto ambicioso que tuvo sus frutos especialmente en materia militar, pudiendo recuperar el control de muchos territorios de la parte occidental del Imperio que estaban en mano de los bárbaros: Sicilia, Dalmacia, Persia, Hispania, y hasta Roma.
Nació en el año 483, en una aldea que por aquella época se ubicaba en la actual Yugoslavia, en el seno de una familia modesta que progresó gracias a que su tío Justino, un militar notable, fue designado emperador en el año 518, y como no tuvo descendencia directa lo nombró sucesor a Justiniano.
En el año 527, tras el fallecimiento de su tío, asume el cargo de emperador de Oriente.
Una epidemia de peste negra le arruinó los planes, aunque también los excesivos gastos en los que incurrió el estado para solventar las campañas exteriores y las majestuosas construcciones, como la basílica de Santa Sofía, que salieron de los bolsillos de los ciudadanos en concepto de aumentos de impuestos, le granjearon una enorme impopularidad que fue desgastando su imagen y gestión, y hasta generaron algunas insurrecciones graves.
Teodora había sido actriz de teatro, señalada por muchos por haber llevado una vida bastante libertina.
Es considerado un santo para la Iglesia Ortodoxa así como su esposa.
Falleció en noviembre del año 565 y fue sucedido por su sobrino Justino II.