La vivencia en primera persona de la explotación a la que era sometido junto a sus pares indígenas en las minas del Alto Perú, en tiempos de la dominación española, lo llevaron a impulsar una de las rebeliones y resistencias más férreas contra esta.
Nada de lo que producían con tanto esfuerzo se lo quedaban porque debían entregarlo a los españoles y a la Iglesia.
Nació como Julián Apaza en el año 1750, en el Virreinato del Perú, pero se hizo conocido como Túpac Katari, seudónimo que adoptó cuando emprendió la revolución contra las autoridades españolas en América.
Pero los blancos y los españoles no fueron los únicos objetivos de este guerrero, sino que halló otros enemigos en los quechuas, contra quienes disputó el control del Alto Perú.
Esta batalla personal que emprendió contra los quechuas lo alejaría del foco inicial de su combate que era la liberación de su pueblo de la opresión sufrida en las minas.
Con sus fuerzas cada vez más debilitadas por esta doble lucha fue detenido por el ejército español y asesinado a sangre fría, al igual que otros familiares y su esposa, que lucharon codo a codo con él.
En una acción despreciable, sumamente violenta, y como claro símbolo del escarmiento que se les daban a los rebeldes, sus restos fueron expuestos públicamente.
En Bolivia, donde justamente gobierna desde hace muchos años Evo Morales, un líder indígena y sindical, se lo reconoce como un símbolo y ha sido la inspiración de muchas leyes y conquistas a favor de una comunidad que tradicionalmente ha sido relegada y discriminada por los blancos.
Antes de asesinarlo habría expresado la popular frase: “A mí solo me matarás, pero mañana volveré y seré millones”, muy usada a instancias de la política, y en la boca de aquellos políticos derrotados que prometen prontamente buscar revancha.